Eran las nueve de la mañana cuando habíamos quedado en la plaza. Tras los rigurosos minutos de cortesía salíamos hacia una jornada épica donde se forjan las leyendas. Seis individuos: José Fernando, José Luís, Miguel V., Santiago, Víctor y yo (Josep). En mente, conquistar el Telégrafo. Ya algunos lo intentamos en Semana Santa, pero el frío nos ganó la batalla.
Salimos a buen ritmo con alguna que otra incidencia de Miguel V. que no sabe como hacer para que le pongamos una sección fija en el blog: “Las Peripecias de Miguel V.”. Si andáis por estos montes y os encontráis un palo coronado por un Essensis de Danone, saber que está ahí gracias al sudor y sangre de nuestro compañero Miguel V.. Poniendo todo su afán para señalizar el camino, tras haber desaparecido el calcetín de bebe que en su día ya puso, se clavó una astilla cual tortura china bajo la uña. Después de una cura de urgencia, tras negarse a utilizar las alicates que le ofrecía, reanudamos el camino.
La fuente del Buitre era nuestro lugar de almuerzo, pero por supuesto antes teníamos que ir haciendo gana con las rampitas de rigor. Ya repuestos del esfuerzo, las correspondientes fotos y el empeño de Miguel V. por que la empresa le cambie de móvil (para los jefes: lo cuida muy bien y no deja que se le caiga al suelo), continuamos la ascensión. El primer molino de viento parecía indicar que ya estábamos arriba del todo, pero ni estando casi surcando el cielo terminábamos de subir. Un poco de sube-baja por plena cordillera acabó en un sube-sube-sube hasta llegar al Telégrafo donde nos hicimos unas fotos subidos al vértice. Unas magnificas vistas valieron la pena el sufrimiento. Por cierto, os aconsejo que no intentéis subir al vértice geodésico cinco mandriles a la vez, que si no la columna no tiene espacio para diez manos aferradas a él tratando de no hacer caída libre.
Ahora ya solo podíamos bajar y así lo hicimos. Miguel V. que conocía el terreno sabía que por la zona existían jabalíes, pero cual fue la sorpresa que a media bajada Miguel V. y yo en un primer plano nos topamos con un par. Bajando sobre 35 km/h me aparecieron por la izquierda dos manchas marrones. Uno se atrevió a cruzar asustado el camino, pasando a tan solo 50 cm por delante de mi bici. El otro, para mi fortuna, decidió salir corriendo hacia la izquierda que sino un jabalí me habría arrollado.
Como todo lo que “baja, sube” la tendida y larga bajada se desvió a la derecha para afrontar la última subida del día. Gran parte de la dificultad de esta última ascensión la tiene todo lo nuestras piernecillas han tenido que subir antes de llegar hasta allí. Este fue el motivo por el que José Luís hizo un poco de mountain-peu para que “se oxigenaran las piernas que de tanta subida ya estaban recalentadas”: así se curten los guerreros, forjando sus muslos a fuego.
Una vez arriba, velocidades de 60 km/h hicieron que llegáramos en un abrir y cerrar de ojos de nuevo a Mira.
By Josep
Salimos a buen ritmo con alguna que otra incidencia de Miguel V. que no sabe como hacer para que le pongamos una sección fija en el blog: “Las Peripecias de Miguel V.”. Si andáis por estos montes y os encontráis un palo coronado por un Essensis de Danone, saber que está ahí gracias al sudor y sangre de nuestro compañero Miguel V.. Poniendo todo su afán para señalizar el camino, tras haber desaparecido el calcetín de bebe que en su día ya puso, se clavó una astilla cual tortura china bajo la uña. Después de una cura de urgencia, tras negarse a utilizar las alicates que le ofrecía, reanudamos el camino.
La fuente del Buitre era nuestro lugar de almuerzo, pero por supuesto antes teníamos que ir haciendo gana con las rampitas de rigor. Ya repuestos del esfuerzo, las correspondientes fotos y el empeño de Miguel V. por que la empresa le cambie de móvil (para los jefes: lo cuida muy bien y no deja que se le caiga al suelo), continuamos la ascensión. El primer molino de viento parecía indicar que ya estábamos arriba del todo, pero ni estando casi surcando el cielo terminábamos de subir. Un poco de sube-baja por plena cordillera acabó en un sube-sube-sube hasta llegar al Telégrafo donde nos hicimos unas fotos subidos al vértice. Unas magnificas vistas valieron la pena el sufrimiento. Por cierto, os aconsejo que no intentéis subir al vértice geodésico cinco mandriles a la vez, que si no la columna no tiene espacio para diez manos aferradas a él tratando de no hacer caída libre.
Ahora ya solo podíamos bajar y así lo hicimos. Miguel V. que conocía el terreno sabía que por la zona existían jabalíes, pero cual fue la sorpresa que a media bajada Miguel V. y yo en un primer plano nos topamos con un par. Bajando sobre 35 km/h me aparecieron por la izquierda dos manchas marrones. Uno se atrevió a cruzar asustado el camino, pasando a tan solo 50 cm por delante de mi bici. El otro, para mi fortuna, decidió salir corriendo hacia la izquierda que sino un jabalí me habría arrollado.
Como todo lo que “baja, sube” la tendida y larga bajada se desvió a la derecha para afrontar la última subida del día. Gran parte de la dificultad de esta última ascensión la tiene todo lo nuestras piernecillas han tenido que subir antes de llegar hasta allí. Este fue el motivo por el que José Luís hizo un poco de mountain-peu para que “se oxigenaran las piernas que de tanta subida ya estaban recalentadas”: así se curten los guerreros, forjando sus muslos a fuego.
Una vez arriba, velocidades de 60 km/h hicieron que llegáramos en un abrir y cerrar de ojos de nuevo a Mira.
By Josep
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